El gesto arquitectónico es el punto de inicial en la creación de una obra, ya que con esto se expresa el propósito del arquitecto y nos orienta en el desarrollo formal del proyecto. Más que un simple trazo inicial, el gesto es una forma de ver aquellos espacios con los que se puede crear, construir o modificar ideas para que tengan un propósito. La primera idea es que cuando hablamos de arquitectura mayormente nos referimos a edificios estéticos, pero la arquitectura va más allá de un edificio bonito, es el concepto principal del diseño. La segunda es que también crea un vínculo entre la arquitectura y las personas que la experimentan. Con estas ideas se establece, que el gesto arquitectónico es aquello que da forma y coherencia a cualquier obra arquitectónica.
El gesto arquitectónico convierte una
idea en una forma que se puede construir. Desde los primeros bocetos, una línea
puede definir cómo se organizarán los espacios, el tamaño del edificio o su
orientación. Por ejemplo, en la obra de Le Corbusier, decisiones como elevar
una casa sobre pilotes o diseñar una terraza jardín no son simples adornos,
sino gestos que definen todo el proyecto. Esto demuestra que el gesto
arquitectónico ayuda a mantener la coherencia desde la primera idea hasta el
resultado final.
Asimismo, el gesto arquitectónico
desempeña un papel simbólico, ya que transmite valores culturales y genera
respuestas sensibles a las personas. Por ejemplo, la verticalidad de las
catedrales que nos dirige la mirada hacia el cielo y evoca espiritualidad. En
contraste, con un edificio moderno abierto al paisaje transmite una sensación
de conexión con la naturaleza. Estos gestos no son decisiones arbitrarias,
buscan transmitir un mensaje y hacer que el espacio tenga algún significado.
Con ello se demuestra que el gesto arquitectónico actúa como un puente entre la
funcionalidad del edificio y la dimensión simbólica que le otorga sentido.
En conclusión, el gesto
arquitectónico constituye el fundamento esencial de la arquitectura, pues
organiza el diseño y le otorga identidad. Las proposiciones desarrolladas
muestran que este gesto cumple una doble función: sintetizar la idea conceptual
que estructura el proyecto y, a la vez, establecer un vínculo simbólico y
funcional con el ser humano. Así, se confirma la aseveración inicial de que el
gesto arquitectónico no se reduce a un trazo superficial, sino que es la
expresión central que da coherencia, significado y trascendencia a la obra
arquitectónica.
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